Cierto día, un diputado de los mas leales y de los mas aduladores le prometió al Yo Supremo que tendría los nombres de aquellos que osaron convocar a un referendo revocatorio para expulsar al magnánimo de las tierras de Atenas. Fue así que con el permiso del Todopoderoso fue hasta el tribunal electoral para obtener los datos de los atrevidos.
Desde ese entonces los ciudadanos atenienses que aparecieron en su lista fueron sometidos al escarnio publico, fueron humillados, sacados de sus trabajos, negados de sus derechos fundamentales tan solo por ejercer la “democracia participativa”.
Algunos años después, en su afán de hacer el bien por todo el mundo, acusó al hermano de uno de los mas fieles consejeros del Yo Supremo de cometer peculado con los fondos del Estado al poner unos sobreprecios a unas carrozas. Sus compañeros de partido iracundos ante tal insolencia decidieron expulsarlo de sus filas por atreverse a ejercer la “democracia participativa”.
Sin que nadie lo escuchara, sin que nadie lo defendiera y con un acto de injusticia en su contra (así como el que llevo a cabo contra los ciudadanos atenienses que firmaron la petición de revocatoria) el Diputado vivió solo y desterrado el resto de sus días.
1 comentarios:
Excelente fábula!!
Para que sea serio! de pana me provoca ponerlo en una palza pública , amarrarlo de espaldas y que la gente haga cola todo el día para patearle el trasero...
Saludos desde otra ensalada sin tocineta!!
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